O el Arte de sanar heridas.
Aquella noche desperté de golpe,
con los brazos y las manos temblando sin control, alrededor de mi cuerpo, que
intentaba procesar lo que acababa de ser un sueño inusualmente real.
Instintivamente, me levanté, aturdido
más no asustado. Entré al cuarto de baño, me senté y comencé a respirar lenta y
pausadamente, en constantes ciclos. Había escuchado que las respiraciones
controladas y repetitivas conseguían relajar el cuerpo y la mente.
Era la primera vez que sufría la
intervención directa de Seres de Luz.
Las imágenes en el interior del
sueño fueron reales, visual y sensitivamente. Tardé más de diez minutos en
poner las ideas en orden, y articularle sentido a la experiencia.
En el sueño me encontraba de
repente en un campo abierto, rodeado de árboles altos y con amplios follajes, en
tonalidades verde claro y dorado. Uno de los campos más bellos y peculiares que
haya visto jamás. Todo lucía calmado, silencioso y difuminado. Caminaba siendo
guiado por las palabras de lo que la gente llama ángeles. Como usualmente
acontece, no me permitieron verlos, ellos andaban a mis costados ocultándose,
por lo que yo sólo percibía de reojo sus siluetas altas y blancas, que parecían
flotar a mi lado, y que me inspiraban confianza y una paz indescriptible.
La manera en que se comunican es
un misterio. No utilizamos palabras cuando ellos y yo hablamos, como lo hago
regularmente con las personas. Ellos se tomaron el tiempo de explicarme
vívidamente lo que acontecía.
Habíamos llegado a un punto del valle, donde súbitamente encontramos a docenas de personas desnudas, relajadas
y sumamente tranquilas y conscientes, con los ojos cerrados, volando sobre el
suelo verde. En realidad tardé en percatarme que se hallaban recostadas sobre
superficies que eran invisibles, dando la sensación de que todos los presentes
en ese campo flotaban sobre lo que deberían ser muebles inmateriales que los
ojos humanos no eran capaces de percibir.
Los recuerdos, todos ellos, se
quedaron grabados en mi memoria de manera indeleble. La impresión que esas
imágenes y experiencia dejaron en mí, trastocaron por completo mi percepción de
la realidad.
Ángeles invisibles se encontraban
alrededor de cada persona, dialogando sin palabras con cada una, como
familiares que hablan con quienes están a punto de entrar a una sala de
quirófano para una intervención delicada y crucial.
La panorámica era confusa para
mí. Ellos me explicaron pacientemente que debía mirar con atención.
Fue entonces que comprendí lo que
ocurría.
Algunas personas comenzaron a
gritar entonces, no por el efecto del dolor, sino por –inferí días después de aquel sueño– la impresión misma de la experiencia, que era demasiado para ellas.
En la piel de todas las personas
sucedían cambios, como si un bisturí que no se lograba mirar con los simples
ojos, penetrara en el interior de sus cuerpos, y trabajara con precisión
milimétrica desde dentro.
En algunas de las personas
recostadas, las cicatrices que existían a lo largo de los brazos, torso o
piernas, provocadas por accidentes, maltratos o circunstancias físicas
diversas, desaparecían a la par que las manos de los Seres de Luz recorrían el
cuerpo. La imagen era sumamente extraña y surrealista. Al no poder ver al
ángel, sólo contemplabas la piel quemándose, sin fuego, moviéndose y removiéndose
al instante, y absorbiendo la misma piel las cicatrices más atroces a lo largo
y ancho del cuerpo de la persona, restaurándose la piel de manera milagrosa.
Mis ojos se mantenían sumamente abiertos. Era un suceso que me costó digerir y
comprender.
El segundo caso que vislumbré fue
el de otras personas, que, de manera contraria, poseían una piel limpia, sana y
lisa, y, serenos y en silencio instantes antes, se percataban que cicatrices
iban y venían, dibujándose lentamente en la superficie de su cuerpo una vez que
los ángeles pasaran sus dedos. En la superficie de la piel se integraban
cicatrices que marcaban sus extremidades y el centro de sus pechos o espaldas
donde antes todo había sido limpio y liso.
Finalmente –comprendí–, tocaba mi
turno.
La intervención me tomó por
sorpresa.
No tuve tiempo siquiera de
reflexionar u oponer resistencia. Cuando me percaté de las circunstancias, me
encontraba acostado con mis guardianes a cada uno de mis costados, hablándome
de la importancia de la intervención que acontecería a continuación.
Muchas de las palabras y mensajes
no pueden ser traídas a la realidad por mi memoria, pero lo que experimenté fue
suficiente para transformar mi perspectiva en muchos sentidos.
Sus manos trabajaban delicadamente
sobre mi estómago. El invisible bisturí se encontraba dentro de mi estómago. La
intervención tomó algunos minutos, en los cuales pude ver que la piel de mi
abdomen se movía incesantemente, mientras entraba un poco de pánico en mí. Me
preguntaba en qué momento se desdibujaría la serie de cicatrices que miré en el
resto de las personas.
Cerré los ojos con fuerza, y me
dispuse a gritar, no de dolor –como
he dicho– más bien por la impresión
de sentir la sutil energía de esos seres dentro de mi cuerpo…
Cuando desperté, completamente en
shock y temblando desmesuradamente,
tardé un rato en calmarme.
Tras media hora de haber
despertado, y sintiéndome torpe y tonto por dibujar siquiera la idea en mi
mente y memoria, encendí la luz, y, lentamente, con temor y duda, levanté con
un ligero temblor aún en mis brazos y manos, la playera con la que me había ido
a dormir horas antes.
Ninguna herida se hallaba en mi
abdomen.
Comprendí el mensaje.
La herida que aquejaba a mi
persona no era externa.
La cicatriz no era visible. El
dolor no era producto de las circunstancias físicas, que –por cierto– existieron
en alguna parte de vida, en un pasaje que hacía mucho había olvidado, casi
ignorado por completo.
La herida era interna.
Espiritual.
Aquejaba a mi alma. Lastimaba al
espíritu.
Me carcomía desde dentro.
Y ellos la habían intervenido.
Desde entonces mucho ha cambiado
en las circunstancias. Muchas situaciones y perspectivas se han transformado,
en maneras y niveles que no soy capaz de concebir ni mucho menos explicar.
Comprendí de igual manera que los
guardianes, mis guardianes, habían estado presentes en mi vida desde tiempo
atrás, mucho tiempo atrás.
Y ahora era momento de revelar su
acción, la misión que los acompaña.
Imagen tomada de la liga: