sábado, 5 de marzo de 2016

Diario de una transformación

`Cuando un sitio, una afección, un amigo, 
una nota, un álbum, y una mañana, 
nos inspiran a escribir, de forma personal´.


Hace algunas semanas visité un sitio. Un lugar hermoso que me impactó en sobremanera. Un espacio que no pensé que existiera, y que me hizo permanecer en silencio y reflexionar, escuchando el latir de mi propio corazón.
Viajando hacia ese sitio, pensé en el set actual de circunstancias que definen mi vida por estos días.
Hace tiempo que había dejado de experimentar alegría cada mañana, cada amanecer, al mirar al sol entrar por la ventana.
Hace tiempo que algo había cambiado. Dejé de vivir, quizá sólo para sobrevivir.
Económicamente me iba de maravilla. Tenía el trabajo que siempre soñé, y por fin podía realizar aquello que vislumbraba desde años atrás. Cada mañana me enfilaba a la oficina, contento, decidido a cumplir la misión por la que creí haber luchado por tanto y tanto tiempo.
Todo parecía ser perfecto. Y en cierto sentido lo era.
Hoy, al levantarme, meses después de haber renunciado a ese trabajo, me he sentado a desayunar. Escucho el más reciente álbum de David Gray, uno de mis artistas predilectos, y me sorprendo sonriendo, como hace años no lo hacía.

Pero volvamos a ese sitio del que hablé al inicio de esta nota.
Fui y regresé en un mismo día. Lo visité y observé, sin hacer nada más.
Había muchas personas. Personas enfermas, como yo. Personas desfallecientes.
La Belleza, el Silencio de aquel lugar nos reconfortaba de alguna extraña manera, pero hablo por mí no hice nada más en medio de ese ambiente cálido y hermoso. Tal vez por enojo y frustración. Tal vez por miedo.  
Y partí de ahí. Sin dirigir a nadie palabra.
Cuando te encuentras delante de una pared que detiene tus pasos y tu andar, sueles sentir enojo hacia la vida.
Quizá por el Destino, por haber sabido que lo tuviste todo, pero que eso que soñaste siempre por más que te duela y lo reproches no era para tí. No era lo que está trazado para el resto de tus días.

Semanas después, aún recuerdo ese lugar. Por las noches. En pleno día.
Algo en Él me ha llamado. Lo hace cada mañana. Su voz susurra a mi oído mi nombre, convocando mi presencia.
Y apenas ayer, algo ha acontecido.
Muchas cosas las que he comprendido.
Y apenas hoy, un pajarillo se ha posado en la ventana, y ha cantado despreocupadamente, un silbido que siempre escuché a la lejanía, pero que hasta este momento pude escuchar de frente, a detalle, mientras su silueta bailaba en la persiana que separa mi mundo, del universo externo.


Así que... Sí.
Mientras escucho ahora este álbum de amotinados, mientras aún experimento el abrazo de un amigo con el que me reencontré la noche anterior, mientras veo esa foto de mí, a un costado del litro de leche, sonriendo, mientras escribo esta nota, lo he decidido.
Regresaré a ese sitio. Ese espacio abierto, verde y hermoso. Y veré a esas personas, de nuevo, y, enfermas, sonreiremos.
Sonreiremos para agradecer por estar vivas, por sufrir desilusiones y penumbra. Por esos momentos oscuros que no hacen sino recordar y añorar la Luz, Luz que tenemos cada mañana, al filo de nuestras ventanas. Porque la oscuridad no es sino un medio para darte cuenta que la ausencia de luz no es más que el mapa que te lleva directo a ella. Esa perfección en la creías vivir simplemente no lo era. Y la tormenta que vives hoy, es la antesala de lo mejor que vendrá mañana.
Ese espacio que visitaré es un sólo un reflejo, soy yo. Mi interior. Aquel sitio que no muestro a nadie, por no haberlo descubierto y valorando antes.
Y tomaré notas, daré abrazos y captaré memorias en fotografías.
Fotografías en la mente que recuerden que, independientemente permanezca o me marche, esta Vida, y las anteriores y siguientes, habrán valido la pena.

Escucho:
10 A.M. / Game over Shangai // Zoé

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