`Cuando un sitio, una afección, un amigo,
una nota, un álbum, y una mañana,
nos inspiran a escribir, de forma personal´.
Hace algunas semanas visité un
sitio. Un lugar hermoso que me impactó en sobremanera. Un espacio que no pensé
que existiera, y que me hizo permanecer en silencio y reflexionar, escuchando
el latir de mi propio corazón.
Viajando hacia ese sitio, pensé
en el set actual de circunstancias
que definen mi vida por estos días.
Hace tiempo que había dejado de
experimentar alegría cada mañana, cada amanecer, al mirar al sol entrar por la
ventana.
Hace tiempo que algo había
cambiado. Dejé de vivir, quizá sólo para sobrevivir.
Económicamente me iba de
maravilla. Tenía el trabajo que siempre soñé, y por fin podía realizar aquello
que vislumbraba desde años atrás. Cada mañana me enfilaba a la oficina,
contento, decidido a cumplir la misión por la que creí haber luchado por tanto
y tanto tiempo.
Todo parecía ser perfecto. Y en
cierto sentido lo era.
Hoy, al levantarme, meses después
de haber renunciado a ese trabajo, me he sentado a desayunar. Escucho el más
reciente álbum de David Gray, uno de mis artistas predilectos, y me sorprendo
sonriendo, como hace años no lo hacía.
Pero volvamos a ese sitio del que
hablé al inicio de esta nota.
Fui y regresé en un mismo día. Lo
visité y observé, sin hacer nada más.
Había muchas personas. Personas
enfermas, como yo. Personas desfallecientes.
La Belleza, el Silencio de aquel
lugar nos reconfortaba de alguna extraña manera, pero –hablo por mí– no hice
nada más en medio de ese ambiente cálido y hermoso. Tal vez por enojo y
frustración. Tal vez por miedo.
Y partí de ahí. Sin dirigir a
nadie palabra.
Cuando te encuentras delante de
una pared que detiene tus pasos y tu andar, sueles sentir enojo hacia la vida.
Quizá por el Destino, por haber sabido que lo tuviste todo, pero que eso que
soñaste siempre –por más que te
duela y lo reproches– no era para
tí. No era lo que está trazado para el resto de tus días.
Semanas después, aún recuerdo ese lugar. Por las noches. En pleno día.
Algo en Él me ha llamado. Lo hace
cada mañana. Su voz susurra a mi oído mi nombre, convocando mi presencia.
Y apenas ayer, algo ha
acontecido.
Muchas cosas las que he
comprendido.
Y apenas hoy, un pajarillo se ha
posado en la ventana, y ha cantado despreocupadamente, un silbido que siempre
escuché a la lejanía, pero que hasta este momento pude escuchar de frente, a
detalle, mientras su silueta bailaba en la persiana que separa mi mundo, del
universo externo.
Así que... Sí.
Mientras escucho ahora este álbum
de amotinados, mientras aún experimento el abrazo de un amigo con el que me
reencontré la noche anterior, mientras veo esa foto de mí, a un costado del
litro de leche, sonriendo, mientras escribo esta nota, lo he decidido.
Regresaré a ese sitio. Ese
espacio abierto, verde y hermoso. Y veré a esas personas, de nuevo, y,
enfermas, sonreiremos.
Sonreiremos para agradecer por
estar vivas, por sufrir desilusiones y penumbra. Por esos momentos oscuros que
no hacen sino recordar y añorar la Luz, Luz que tenemos cada mañana, al filo de
nuestras ventanas. Porque la oscuridad no
es sino un medio para darte cuenta que la ausencia de luz no es más que el mapa
que te lleva directo a ella. Esa perfección en la creías vivir simplemente no
lo era. Y la tormenta que vives hoy, es la antesala de lo mejor que vendrá
mañana.
Ese espacio que visitaré es un sólo un
reflejo, soy yo. Mi interior. Aquel sitio que no muestro a nadie, por no
haberlo descubierto y valorando antes.
Y tomaré notas, daré abrazos y
captaré memorias en fotografías.
Fotografías en la mente que
recuerden que, independientemente permanezca o me marche, esta Vida, y las
anteriores y siguientes, habrán valido la pena.
Escucho:
10 A.M. / Game over Shangai // Zoé
No hay comentarios:
Publicar un comentario