`¿Por qué debemos sufrir crisis y conflictos?´.
Una de las preguntas más
frecuentes en la terapia se refiere a: ¿por
qué debemos atravesar crisis y conflictos que afectan drásticamente nuestras
vidas? Parece que es una constante, sobre todo en estos meses y año en
especial.
Analizando el contexto, podremos
comprender que no se trata de un castigo divino, o un apocalipsis que está
destinado a destruir nuestra existencia individual o grupal.
A lo largo de los meses finales
de este dos mil diecisiete, hemos
sido testigos de circunstancias conflictivas que han afectado a grandes
fracciones de la sociedad, a nivel general, o bien, eventos y crisis que cada
uno de nosotros habremos experimentado a lo largo de los meses de este año en particular,
que nos han puesto en circunstancias opuestas a las que vivíamos, o nos han
obligado a modificar nuestra vida, perspectiva de ella, o la manera de leer y
comprender la realidad que nos rodea.
Dos mil diecisiete representa un
inicio de ciclo. Un cierre de bucle o
ciclo energético que se escribió hace tiempo en nuestro código de ADN, por las
decisiones que hemos tomado a lo largo de casi una década atrás, y cuyas
circunstancias repetitivas son susceptibles de romperse a lo largo del cierre de
este año en particular.
Finales de dos mil dieciséis, e
inicios de dos mil diecisiete, conformaron meses conflictivos y difíciles, que
sembraron las bases de decisiones radicales que debimos afrontar a lo largo de
los meses posteriores.
Como sociedades, estos eventos o
circunstancias conflictivas tardaron algunos meses más en manifestarse, por
nuestra condición de grupos sociales dispares. Como entidades individuales,
muchos de nosotros debimos enfrentar eventos problemáticos a principios o
mediados de este año, grupo de elementos que nos pusieron en situaciones límite
o que nos obligaron a tomar decisiones complicadas, quizá las más complicadas a
lo largo de cinco o diez años.
La susceptibilidad que muestra
este año, de representar una oportunidad para romper ciclos y reprogramar nuestra energía a nivel
molecular y supraconsciente,
establece una predisposición en nuestras vidas para vivir crisis, que,
entendidas por su naturaleza como candados de cierre de ciclos conflictivos a
la vez que llaves para abrir nuevos parámetros energéticos elevados, son
oportunidades para crecer, desarrollarnos y afrontar la realidad de nuestras
verdaderas misiones de vida.
Las crisis y los conflictos que
vivimos, sean en la plataforma individual y personal, o grupal o social, han
roto paradigmas, obligado a la aplicación de acciones conjuntas y conscientes,
además de mover Consciencia personal y/o social, de manera que hace años no se
veía en la realidad que enfrentamos.
La decisión de aprehender las
lecciones, de comprender que estas crisis están programadas para extraer lo
mejor de nuestro ser interno, y reestructurar nuestra composición mental, corporal, emocional y espiritual, y redefinir valores
espiritualmente elevados, está únicamente en nosotros. Nosotros decidimos qué hacer con estos conflictos, y cómo utilizarlos.
Podemos acumular aún más rencor,
incertidumbre, culpabilidad (hacia uno mismo o hacia los demás) o negatividad
por lo ocurrido, o, por el contrario, tenemos la oportunidad de crecer a partir
de ello. Desde luego, la primera opción –por
comodidad– es la más sencilla y
viable, pero debemos ser conscientes de que lo único que logrará será hundirnos
más en la desesperación y el dolor, a mediano plazo.
Sabiendo que los eventos
conflictivos son un paso obligado que todos deberemos enfrentar a lo largo de
los meses venideros (si es que aún no los hemos vivido), podemos construir una
plataforma mental que nos permita confrontarlos con consciencia,
responsabilidad y serenidad. Detrás de cada conflicto existe una lección. No
interesa si lo deseas aceptar o no, la
limitación o potencialidad se encuentra en cada una de nuestras decisiones, en
cada uno de nosotros.
Imagen tomada de la liga:
Escucho:
Give a little more | Maroon 5
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